Así me convertí en una hotwife


Así pasé de ser una esposa fiel y ejemplar a convertirme en una hotwife.


Muchas se convierten en hotwife para complacer las victimizadas fantasías de sus maridos que, en algunas casos, son gays potenciales con muchas dudas sobre su virilidad.


En mi caso no tuve como objetivo complacer a mi esposo, a quien quiero, por supuesto.


Me enamoré, claro, y pensé que era el hombre de mi vida y todo eso.


Pero yo necesitaba que me follara bien follada. Y él me quiere demasiado para eso.



Era un dechado de mimos y cariños. Pero yo necesitaba sentirme dominada por un hombre macho y seguro de sí mismo. Y por lo visto eso mi marido no podía dármelo. Y luego estaba su pene, claro. No es que me importara mucho al principio, pero era algo pequeño para resultar erótico.


Un día navegando por internet descubrí el porno interracial y me impactó el tamaño desproporcionado de las pollas de esos actores.



No podía ser cierto...

 


                           ¿Más de 25 cm? 



          ¿Tan grandes existen? Por Dios.



Al principio no fue más que un "qué barbaridad", pero poco a poco buscar pollas grandes por la red se convirtió en una adicción para mí.



No me cansaba de ver esos monumentos a la masculinidad, con todas esa ramificaciones ostentosas de venas dilatadas, esos champiñones henchidos de arrogancia y todo tan, tan robusto y tan enhiesto y, claro, esa afición iba en detrimento de la valoración que tenía de mi marido como hombre.

                       





Con el tiempo, asocié el tamaño con la virilidad y empecé a obsesionarme con esa clase de porno.



Anhelaba ser una de esas chicas que adoraban literalmente esas gigantescas pollas como tótems de la hombría grabados en los genes femeninos como objetivos primitivos del deseo. Es imposible desear lo que no se admira. Y no te queda más remedio que admirar a un hombre así de dotado.



Empecé a masturbarme diariamente con esos vídeos machistas y denigrante para la mujer. Con lo feminista que he sido siempre. Qué vergüenza. Ellos eran dioses merendándose a putitas. Mi intelecto lo rechazaba. Pero mi coño se mojaba como una fregona. Y eso me ponía a mil.





A pesar de mis dos carreras y mi máster en Oxford, no tardé mucho en empezar a vestirme y actuar como una perra de dos patas en pleno período de cachondez. 


Le conté a una amiga todo sobre las cosquillas insatisfechas de mi coño casado y ella me dijo que me apuntara con ella a un gym donde acudían asiduamente machos alfas con el paquete insultantemente abultado.


Tienes que verlos, me dijo. Te aumentan los estrógenos y la salivación.


Y mi amiga no estaba equivocada. No sé si sería por mi desesperación por saber lo que era estar con un hombre así, pero cuando vi los ejemplares que se paseaban por allí, se me aguaron las glándulas salivales.


Los abultados paquetes de esos hombres prometían incontroladas oleadas de embestidas. Rudas, descuidadas y sin miramientos.


        En las duchas con esas toallas apenas sujetas alrededor de sus cinturas repujadas con imposibles pliegues de hombría desproporcionada... Ains.


Un día me metí en los vestuarios de caballeros y me puse de rodillas a lamer la mampara de la ducha que me separaba de un pollón glorioso.


Perdí todo el decoro y el pundonor, vaya.
Y la mampara se abrió, por supuesto.



A partir de entonces desarrollé un radar especial que captaba a los hombres más machunos.


Un día me vi obligada a decirle a mi marido la verdad:



"Tenemos que hablar. Verás. Ya estoy harta de fingir que me interesan los hombres hiperevolucionados como tú, que expresan sus emociones con incontinencia lagrimal y tienen más estrógenos en sus encogidos testículos que yo en los ovarios entre los días 14 y 28 del ciclo menstrual.
Para follar me gustan masculinos, dominantes, que me pongan en mi sitio, agresivo, fuerte, orgulloso, y competitivo. Todo lo que tú no eres, vaya. Con esto no quiero decir que lo dejemos, sólo que necesito follar con otros.


Necesito follar con tíos que tengan un montón de amigos, con una lista interminable de ex abandonadas y que aún sigan enamoradas de él.


Y con ese bulto tan grandote... 
Mmmm.
Sé que te duele, pero ambos sabemos que también te excita que una mujer te diga la verdad de lo que eres.


Uy, mira qué varón tan peligroso. Mira que ceño más fruncido. Y esos bíceps que van a romper la ajustada camiseta.
¿Te imaginas que me lo encontrara a solas dentro de un ascensor...?


Mmmm, y yo de rodillas, claudicando ante su soberbia. 
Pidiéndole permiso para chuparle ese gordo pollón que le aprieta el pantalón.


 
¿Y qué me dices de este cabronazo? Le lamía toda la zona perianal hasta dejarle círculos de saliva en el ano, incluyendo los surcos de alrededor y lenguetear el perineo con fruición hasta sucumbir y llenarme la boca con esos gordos cojones de semental. 




Así, así.


  Aún se me sale el tampax al recordar el día que le dije a mi marido que mi jefe me había ordenado acompañarlo a un importante viaje de negocios... 




Mientras mi marido se quedaba en casa cuidando de los niños, yo me fregaba la cara con el pollón de mi jefe en una habitación de hotel.



Mientras él me decía que me había contratado sólo para que fuera su puta durante sus viajes. Me sentí tan halagada.



Desde entonces soy la puta de muchos tíos. Los negros son mis preferidos. Me tiembla hasta la úvula al chupetearle la polla a un negro, la verdad.





Se me desconectan las áreas del lóbulo frontal y puedo llegar a descocarme demasiado. Es una sensación muy excitante no poder metértela entera en la boca mientras te llaman puta blanquita.
 



Me pone muy berraca mirarle a los ojos a un negro mientras le lamo sus cojones de toro y advertir en su mirada que no me tiene ningún respeto. Te mira como a una puta de polígono a la que le estuviera haciendo un favor y yo me siento  muy afortunada por poder babear ese escroto. Además, no sé, los huevos negros saben más a hombre. Será por toda esa testosterona que rezuman.
                     


Desde que me convertido en una hotwife en detrimento del honor de mi marido, no hay día que no me folle algún tío. A veces se lo pido al repartidor del agua cuando llega a casa. Es guapo y me gusta sentirme empotrada por él. Tiene unos antebrazos muy fuertes por todos esos garrafones que levanta a diario y me agarra con una fuerza animal que me me chorrea el flujo cervical.


¿Y qué decir del vecino que estuvo en la cárcel por no sé qué delitos? Para mí el único delito que tiene es que me provoca múltiples orgasmos interminables. ¡Cómo folla ese hombre! Una vez me coge se puede tirar horas follándome sin piedad. Me deja muy jodida, exhausta. 


Y es que digan lo que digan, no te corres igual con tu marido que con otro tío.
 Eso es así.


No sólo es el tamaño o la hombría. Es la novedad, el tacto inédito de una nueva piel.



Es la lujuria de someterte a un hombre nuevo que te considera sólo un juguete sexual gratuito.





Te corres viva y a chorros encima de la humillación que le ocasionas a tu marido con tu puterio. Esa sensación de venirte encima de todo el amor y cariño que te tiene tu esposo mientras la polla de otro tío, que ni siquiera recuerda tu nombre, te desfonda como a una perra callejera en una habitación de hotel.



Me gusta hablar sucio con los tíos con los que le ponga los cuernos a mi marido. Digo cosas como: "Sí, soy su puta y no merezco una polla como la tuya, señor. Perdone por correrme otra vez. ¿Me da permiso para correrme de nuevo, señor?
Y mientras me empalan suelo gritar cosas como:
¡Mi marido no es tan hombre como tú!


 A veces se me va un poco la pinza:

"Aquí dentro está el bebé que cuidará el cornudo. Préñame, por favor".



Cuando estoy follando con algún tío que mi marido detesta especialmente, no sé, el típico compañero abusón de instituto que lo llenó de traumas e inseguridades, me siento asquerosamente puta y entonces soy capaz de orgasmar sin período refractario. 
Es decir, el gozo no culmina 
y sigue y sigue y sigue.



Una vez un jefe hijo de puta despidió a mi marido del trabajo. En vez de consolar a mi esposo, lo que hice fue decirle que era un inútil en todo y corrí lanzarme a los brazos de su jefe para que acabara de ultrajar a ese cornudo echándole un buen polvo a su mujer. 



El muy cabrón me siguió el juego y mientras me llevaba al quinto o sexto orgasmo me dijo que no le extrañaba que estuviera tan necesitada de un hombre de verdad, estando casada con un perdedor. Imaginaros cómo me temblaba la cara anterior distal de la vagina mientras esa polla hinchada de poder terminaba de machacar el poco orgullo que le quedaba a mi marido. 
A eso le llamo yo tener un orgasmo, nenas




El siguiente paso al que aspiro llegar es conseguir que mi marido acceda a mirar mientras me corro viva con la polla de otro. Que se quede sentadito y mirando cómo otro tío me revoluciona las “glándulas parauretrales" delante de sus narices, oh sí.





Que me oiga chillar como una loca mientras me encula un chulazo obligándome a correrme transuretralmente delante del perdedor al que le prometí eterna fidelidad ante el altar de una iglesia. Que compruebe con sus propios ojos que hay hombres capaces de desajustarme con sus enormes pollones los niveles de la “vasopresina”, arrastrándome a orgasmos antidiuréticos intensos y sostenidos en el tiempo hasta que me revienta la vejiga y me vengo a chorros por la uretra. 






Y sobre todo que vea cómo otro hombre descarga su mala leche con su mujercita.


Cómo marcan su territorio sobre la mujer con la que se casó. Pisoteando su honor con lo que les sobra de los cojones.



Que compruebe que una mujer libre, culta e inteligente como yo también me arrodillo encantada delante de un macho dominante esperando a que me arruine mi preciosa cara con sus restos.


Oh, sí. Esa sensación de ser humillada por un hombre superior, que sabe ponerte en tu sitio. Dios mío, qué puta gozada.


Mírame, cariño.
Tú me quieres demasiado para humillarme así. Eres demasiado servicial y cariñoso.
Me pedirías permiso, me preguntarías mil veces si me gusta, y al final preferirías darme besitos y decirme lo mucho que me amas.

Pero ¿sabes qué? Ya da igual las veces que me beses.



Da igual el tiempo que pase. Siempre besaras la piel marcada por otros que supieron ser más hombres que tú.



Siempre habrá una parte de mi que les pertenezca a ellos
 y que tú jamás podrás tener.


Esa perturbadora lujuria de ser el contenedor de un macho alfa, un deseo que tú jamás podrás despertar en mí.





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