Oscura obsesión 2

Estoy un pelín obsesionada con los hombres negros.

Sólo me siento en mi lugar en mitad de una manada de machos de ébano.

Es que una polla así es la perfección hecha carne. 


Ahora las chicas estamos bien informadas. 

El porno interracial nos ha abierto los ojos. 
Nos ha hecho ver que sólo un tipo de hombre que contraste realmente con nuestra entidad femenina
es el que nos proporciona orgasmos definitivos. 
Puede que un hombre rico te de estabilidad, te lleve de viaje y todo eso.
Pero luego, en la cama, sólo los genes y las hormonas son las que entran en juego y entonces, 
en mi caso y en el de muchas más mujeres día a día, le damos más importancia a la naturaleza masculina más física y primigenia.
Mi coño responde sólo ante la envergadura tanto físico como de personalidad. 
Un tío con mucha pasta me llama la atención...





Pero prefiero un hombre que te coja para darte unos buenos azotes por lo puta que eres. 



Un hombre que te rompa el vestido que te ha regalado tu marido sin preocuparse por las consecuencias, te obliga a mojarte como una perra en celo. 



Son hombres con una seguridad en sí mismos así de grande. 


Y se me pone el corazón a mil cuando mi radar detecta a uno cerca. 


Porque, seamos sinceras, un grosor así es lo único que llena nuestro vacío. 


El tamaño es crucial para ese plus de erotismo al que aspiramos.




No me digas tú que al ver algo tan gordo y venoso no se te hace la boquita agua.



A mí se me vuelven locas las glándulas salivales cuando veo un manubrio de chocolate tan amenazador.



Ay, Dios, qué desperdicio de lefa. Tan potente, tan calentita. 
Ojalá descargara así en mi boquita de princesa remilgada. 



Aquí dentro porfis. 




Es que no me lo puedo quitar de la cabeza. 




Incluso hablando con mi marido sigo teniendo en mente las dimensiones insultantes de esos negrazos.


Son desproporcionadamente atractivos. 
Los midas por donde los midas...


Y ese brillo de contraste que marca el semen brotando de un pollón tan negro y tan húmedo. 


Una saca la lengua ya de forma inconsciente. 




Ay, mordisquear esos pectorales duros como un roca. 


Lamerle a ese negro el sudor y desembocar en sus carnosos labios. 




Me encanta cuando me llaman puta y me obligan a ponerme de rodillas.
El lugar que me corresponde. 



Y ese momento único en el que descubro su hombría. 



Da igual las veces que contemple un pollón incomensurable, siempre me quedo igual de impresionada como la primera vez.



Esa enorme extensión carnal me hace sentir frágil y femenina.



Lo mío es ya idolatría. 




Soy una devota de los negros superdotados. La verdad. 


Con una polla así entra una en estado hipnótico. 


Me convierto en una perra sumisa capaz de arrastrarme a cuatro patas con tal de poder disfrutar de una masculinidad tan colosal. 


No hay un halago mayor para una mujer que conseguir levantar algo tan grande por sí solita.


Has conseguido poner erecto un monumento de un calibre impresionante. 
Enhorabuena, nena.





Una polla así te da miedo y te atrae a partes iguales. 



Notar toda esa carne embutida en nervios entre tus manos 
es como tocar el cielo. 


Me siento agradecida y lametona. 



Mmmm, una delicia que se saborea con fruición. 



Es posible enamorarse de una polla. 
Lo confirmo. 



Tan inabarcable que haces lo que puedes por comértela
con un ansia equiparable a una adoración bulímica.


Una ya pierde la cordura con tantas libaciones viciosas.




Y ese olor a testosterona que te enloquecen las hormonas.



Cuando estoy ovulando es cuando más cachonda me pone ese olor a macho arrogante.
Esa esencia genética que te situa en el polo más opuesto y erótico. 



La sensación de lamer una polla de ébano tan ensalivada e impregnada del sabor salado del presemen
te lleva a la depravación más puteril. 



Y luego el instante único de cuando te llenas la boca con toda esa 
machada, tan inabarcable, tan robusta. 



Saborear esos botalones es embobarse como una tonta. 


Es meterme un morcillón así en la boca y convertirme en una zorra dócil y manejable de inmediato. 
Me pidan lo que me pidan, ni rechisto. 



Hay que ver lo baja que caigo cuando se la mamo a un negro tan bien dotado. 
No paro de agradecerle la oportunidad que me concede al poder mamar algo tan monumental. 


Me abandono al embebecimiento como una niña malcriada que no piensa más que en su disfrute.


Me falta boca.


Le pido perdón por no poder metérmela entera y él me ayuda a conseguirlo. 



Me porto como una buena chica. 



Me dejo follar como una muñeca de juguete. 



Y lo miro a los ojos con la admiración de una beata.



Mirarle la cara de prepotencia, con ese gesto de superioridad de un dios que disfruta de la veneración de una puta fervorosa y seguir chupando complacida. 



Me encanta que me digan lo buena que soy comiendo pollas negras. 



O que me llamen "puta barata" justo cuando me follan literalmente la boca. 



Jamás me siento más en mi sitio que cuando un tío me coge de la cabeza y me guía durante la mamada.
Y se ríen y se burlan. 
No soy más que una puta que ellos y eso me vuelve loca. 



Es que incluso llego a orgasmar por la boca, joder. 



Horas de peluquería y maquillaje pagadas por mi marido para luego estar monísima mientras realizo esas prolongadas mamadas a lo machos negros. 



Creo que he nacido para esto. 


Me realizo plenamente así...


...de rodillas y con un negro empotrándome la boca. 


Esas gotitas transparentes y saladas. 


Esos comentarios soeces e irrespetuosos que te dicen esos machos cuando te ven tan sumisa. 


Esos retos imposibles. 


Lamer lentamente esos centímetros interminable, de arriba abajo. 
Ese mezcla de saliva, presemen y sudor.  


De lado a lado, ay. 
Notando el relieve de sus venas.


Y un poco más abajo, esos cojones de toro.
Duros y con esas estrías tan sexy.


Ahí dentro está todo ese semen fértil que deseo. 
Todo el potencial que no tiene mi marido. 


Y cuando tienen ese olor y sabor a sudor de macho, mmmm.
Tan brillantes, tan gordos. 
Y yo lengüeteando como loca. 



Me encanta comerle los huevos a esos negros. 
Tomarme mi tiempo. 



Si tengo mucha suerte, algunos me dejan lamerles el culo.
Pero solo después de pedírselo insistente y educadamente. 



No siempre me dejan, pero cuando lo hacen,  me desvivo lamiendo esos culazos. 



Sé que doy mucha envidia. 
Pues ponte a la cola, nena.  






No hay nada igual a sentir las manos fuertes y grandes de un macho superior quitándote la ropa. 




Cuando me levantan con esos fuertes brazos de mar vuelvo a sentirme una niña. 


Entonces llega el momento de la primera penetración. 
Es una sensación de abandono, de culminación, el placer desbordante de sentir como se adueñan
de ti, cómo pasas a ser la posesión de un macho que te horada tu intimidad sin importarle las consecuencias. 



La fortaleza y seguridad que te transmite una polla grande no es comparable a la de un pene medio. 
Cuando te folla un pollón, temes que te rompa el alma de gozo. Cuando follas con una mediocridad, simplemente procuras que no se te salga o que la erección no se venga abajo. 


Es la estamina, son esos gruñidos de animal salvaje, esa rudeza implacable de un soldado de asalto.

Ese dolor que de inmediato se transforma en el más entregado consentimiento. 
Admites con un placer sumiso que aunque quisieras ya no podrías sacar a ese negro de tu interior. 


Es tan erótico que NO pidan permiso. 
Que les importe una mierda hacerlo en público. 
Ellos están para follar a cualquier puta que se les ponga por delante. 



Una a punto de desmayarse de gusto y esos negros siguen penetrándote sin miramientos. 


Tú suplicas clemencia porque ya no puedes correrte más, pero ellos nunca paran. 
Siguen empujando como toros bravos y no te queda más remedio que seguir orgasmando. 




Me vuelven loca cuando se ponen a gritar que mi coño les pertenece en mitad de la noche 
sabiendo que mi marido está durmiendo justo al lado. 



O cuando directamente me follan en mi cama de matrimonio y despierto a mi marido con un grito cuando me sodomizan sin piedad. 


Cómo empujan, Dios. Tan hombres, tan decididos. 


En más de una ocasión consiguen que se me baje la regla por culpa de las salvajes embestidas 
a las que me someten esos varones. 






Y ya me corro a cántaros cuando nos descubre mi marido y el negro de tu turno sigue follándome mientras mira desafiante al cornudo. 


Si no te han JODIDO en un charco de sudor de negros, 
no sabes lo que es ser debidamente follada. 
Es otra historia, nena. 





Es correrte con cien kilos de músculos encima y con los esfínteres estremeciéndose de vicio. 


Es superar un orgasmo cuando su polla te destroza el cuello uterino 
y volver a tener que correrte sin remedio.
Es aceptar la supremacía de una polla más grande, más potente y más de todo. 


Y tolerar que no eres más que una puta para él. 


Aunque seas la esposa de otro y madre de tus hijos. 
Tu lugar es allí, con el culo en pompa y desfondada por un negro. 


A veces sólo te cabe un poco de su hombría y ya estás sobradamente penetrada. 
Para esos tíos no eres más que un juguete y eso me pone demasiado 

Que te usen a su antojo, por Dios. 

Y cuando ya te cogen entre varios, entonces es cuando realmente te ponen en tu sitio. 


Te sientes en peligro y en el paraíso al mismo tiempo. 


Podrían destrozarte con sólo apretar un poco más, y en ese límite es donde llegas al éxtasis. 


Ayyyyyy, me vengo entera hostia putaaaa.


Y no te da tiempo a recuperarte cuando siguen las embestidas. 
Más fuertes y más rudas. 


Ay, sí, quedáte un momento quieto, rey mío. 
Así, déjame un poquito que yo solita, a ver... 
Oh joder, fóllame tú, fóllame tú. 


Llévame al paroxismo orgásmico de una puta con suerte. 





Ay Dios mío, soy tuya. 



Este sí que es un hombre y no mi maridito. 


Me llega al corazón, pero literal. 






Ay, perdón que me meo de placer como una perra callejera. 
Perdón por ser tan puta, señor. 




No hay nada como tener cien kilos de pura testosterona entre las piernas. 





Veo el cielo, sí. Los ángeles volando entre unas nubes majestuosas. 
Y ahí está la cara de Diosssssss.



Ay, Dios mío. 
Dios existe. 





Dios existe y es negro. Joder, sí. 





Y cuando tu has llegado ya arrobamiento orgásmico unas ocho o nueve veces, y ya no te quedan más fuerzas para más espasmos delirantes, llega el momento culmen en que los machos derraman su semen sobre ti. 


Muchas veces les pido que se corran sobre mi anillo de casada. 
Me parece tan morboso. Es como una ofensa añadida a mi infidelidad. 
Me siento más corrompida y más puta, no sé. 


Los machos marcan su territorio con un afán tan decidido que siempre me quedo anonadada por esa sensación de desborde al que te someten al final.  


Es como si quisieran arruniarte con un desastre concluyente.
Como si ahí acabara la vida. Manchada de su esencia para siempre.  
Y yo me lo trago todo como una fiel creyente.
Porque el placer es un pollón negro. 
Y el placer es Dios. 
Y yo comulgo ante la comunión de recibirlo en mí. 



Amén. 

Comentarios

Entradas populares