Llamando a los bomberos


Cariño, tengo que confesarte algo que tal vez te incomode un poquito. 




 Hoy he tenido que llamar a los bomberos, cielo.
Se trataba de una súper emergencia.



Les dije que tenía un problema gravísimo.

Espero que no te enfades pero tuve que explicarles a los señores bomberos que eres impotente y que por culpa de tus constantes disfunciones erectiles 
estoy todo el día ardiendo de cachondez por un hombre de verdad.



Me vi obligada a informarles detalladamente de mi desesperada ansiedad.  
Tuve que confesarles que no paro de insertarme dildos en el ano, cariño, 
pensando en machos vigorosos como ellos, que sepan satisfacer lo que tú tienes desatendido por inútil.
Lo siento mucho, amor, pero les reconocí 
que todo mi mal se solventaría con un buen rabo tieso dentro de mí.
 No me importaba por qué orificio me penetraran, 
pero que un tío me penetrara ya, por Dios. 
Entiéndelo. Tenía los esfínteres dados de sí de tanto maltrato autoinflingido, la verdad.


Mira a lo que me veo forzada a hacer por tu culpa. 
Es que nunca se te pone tiesa, nene. Y cuando se te pone tampoco siento gran cosa. 
No finjamos más, los dos sabemos que la tienes 
muy pequeña como para ser capaz de hacer gozar a una mujer. 




Permanezco horas chupando plásticos, intentando inútilmente calmar mis excitadas glándulas salivales con mamadas imaginadas. 
Lo mínimo que podrías hacer es disculparte por tenerme así de insatisfecha. 


Mis hormonas están incendiadas y 
el fuego se extiende irremediablemente por todo mi cuerpo.



Cuando estás en el trabajo me desfondo el recto anal mientras veo porno interracial. 
Me descoco totalmente, vaya. 



Pero yo solita no puedo apagar este desastre. 
Lo entiendes, ¿verdad?
Pues esta mañana estaba totalmente emputecida y me urgía que unos bomberos grandes, guapos y fuertes apagasen el insoportable ardor enviciado que me consumía con sus enormes mangueras de modo inmediato.
          Así que les dije que se trataba de una emergencia. 
Y les imploré de que acudieran de modo inmediato a socorrer por piedad a una pobre casada malfollada por su patético marido. 


Si hubieras visto cómo tenía la boquita...

Muy abrasada de necesidades.

Te juro que hubiera podido desvivirme en chuparles las pollas a todo un equipo de rugby 
y aún me habría quedado saliva para babeárselas a los suplentes.

Un putón.



El clítoris me latía como el corazón de una enamorada, 
reclamando lo que genéticamente le correspondía y que tú jamás le podrás dar.


Aquellos bomberos mostraron desde el primer momento un preocupado interés por mi pobre coño casado cuando les dije que lo tenía dilatando como en un parto, porque ya no le cabía más expectativas sin cumplir. 


Estaba en modo tragaldabas total. 
Una tragonería bulímica, vaya. 


Una polifagia por libar fuera de todo recato. 
Una vergüenza, amor, una vergüenza con lo decente que soy yo. 
Ya me conoces. 


 Además estaba ovulando y las glándulas de Bartolino, todas locas, chorreando sin control. 
Imagínate el plan.
Incluso recuerdo que mientras me sentaba sobre un dildo de mucho relieve sufrí un derrame vaginal de lo más cremoso 
que me rebosaba por todo el coño desbaratado. 


Si te soy sincera, tenía las tragaderas abiertas a cualquier posibilidad. 
Me daba la impresión de que me cabía cualquier cosa,
 y claro, yo no podía parar de glotonear como una puta de polígono. 
Una concupiscencia degenerada y propasada. Te lo juro, nene.  


Recuerdo que incluso llegué a confesarle al bombero que me atendía por teléfono que estaba muy convencida de que si en ese momento tuviera la inmensa suerte de poder chupársela, orgasmaría por la boca desafiando todas las leyes naturales de la biología. 

Lo digo en serio, cariño. 

Estaba a punto de correrme bucalmente sólo de imaginar a ese señor de voz profundamente varonil obligándome a tragarme su enorme polla erecta. 


Me iba a dar algo cuando me percaté de que el introito vaginal estaba completamente contracturado 
por una excitabilidad del bulbocarnoso totalmente desatada.
¡Necesitaba asistencia profesional imperiosamente! 


Me embargaba una insoportable distesia genitopélvica 
que amenazaba con hacerme perder la razón. 



Mi coño pulsátil anhelaba la salvación de un hombre de verdad. 

Por piedad.




Estaba al borde del orgasmo contantemente.

Era una persistente anticipación a un estallido de gozadera hormonal masivo que sólo un macho podía consumar. 

Ya no podía más, cari. 




"No tarden mucho, por favor", les rogué. "Yo mientras tanto me seguiré dando por el culo solita 
para aliviar un poco el hormigueo de fruición que me atormenta. Pero no tarden mucho. Os lo suplico". 


Y por fin llegaron a casa.
El bombero que entró era muy guapo y tenía cara de no haber pedido nunca permiso para hacer algo lo que le daba la gana.
"Ayúdeme a sofocar este infierno, por Dios", le dije jadeante.


El hombre me cogió en volandas sin apenas esfuerzo. 
Me volví a sentir de pronto una niña pequeña, frágil y gobernable.


         



La lengua me ardía. 


"O apaga usted ahora mismo este fuego o perderé la razón". 





El tío estaba buenísimo. Con cara de malote y cuerpo hipermusculado. Con ese uniforme de bomberos, algo sucio y sudado por arriesgadas actuaciones de salvamento. Tenía una de esas mandíbulas anchas propias de los machos superfértiles, de esos que te dejan preñada con solo pronunciar tu nombre. 
Y claro, así una no se puede calmar...


"En la boca, por favor.
Sólo su enorme manguera puede extinguir este putiferio que me abrasa", le dije.


Y el tío se abrió el mono de trabajo megasucio 
y me mostró su curtida y experimentada manguera contraincendios. 


De pronto lo tenía follándome la boca salvajemente. 
Fue directo. Tajante. Me metió su polla grasienta en la boca y la taladró. 
Punto. Yo me quedé toda muerta.


Mientras me follaba literalmente la boquita 
me decía que había conocido a muchas putas desesperadas como yo, que no me preocupara, 
que él sabía bien cómo taparme las ansias. 
Y vaya sí sabía cómo hacerlo. Ufff. 


Tenía una sensación de indefensión total. 
Mi boca invadida y tomada por una bestia inclemente. Fue brutal. 
Y sinceramente: lo necesitaba tanto.


Me estuvo invadiendo la boca durante más de media hora. El hombre la verdad es que se aplicó mucho en ayudarme. Incluso me llamaba puta barata y me decía que él tenía la polla perfecta para saciar mi hambre de hembra en celo... Cosas preciosas que no tenía por qué habérmelas dicho. 
Y fíjate qué atento...


Me di un buen atracón de polla, 
no te lo voy a negar. 
Fue tan increíble poder sentir por fin 
una polla tan hinchada y gorda
en mi boca. 
Tan impagable. 




Pero la calentura seguía ahí, a pesar de todo esa mamada interminable y babosa. 
Quería más y más. 
Entonces el señor bombero me dijo que se veía forzado a utilizar otro recurso para extinguir la fogosidad de mi boca. 
No había otra alternativa.




Cogió su manguera profesional y me regó la boca enterita. Tal y como lo oyes.
 



Mi lengua seguía en modo lamidas.

"Perdón, pero sigo salivando mucho. 
El hambre de polla es voraz".


"Sé que soy muy guarra, lo siento".



"Fólleme la boca un poco más".


Y él, todo un caballero y con toda la paciencia del mundo,
volvía a penetrarme la boca.
Pero yo estaba en plan de niñata mimada y caprichosa: 

"Más. Por favor. Métame un poco más su polla en la boca o me muero".


Y así, entre que yo no dejaba de mamársela y él insistiendo en que sólo regándome la boca podría sosegar mi bulimia, permanecimos mucho tiempo. 


Al final, tuve que ceder, abrir mi boca obediente y dejar que me regara la boca incendiada. 


¿Agua? Jijiji.No, no. No era agua lo que usaba, amor. Qué cándido eres.

Era más bien pipí. 



Sé que te sonará algo fuerte y humillante, pero el bombero se orinó encima de mí.  Te lo diré más claro. Un tío se ha estado meando encima de tu esposa 
para ver si así domesticaba un poco su desatado puterío. 
¿Qué te parece?
Y la verdad es que me súper encantaba sentirme bañada en su orina. 
¿Te enfadas conmigo?



Así completamente meada y con ese hombre tan resolutivo delante de mí, 
fue imposible evitar una reacción involuntaria de excitación genital.  
Era como si mi clítoris hubiera cobrado vida propia. 
Se movía y demandaba un remedio inmediato a su codicia.




El señor bombero me dijo que lo que a mí me pasaba es que tenía el coño histérico por no estar debidamente follado por un hombre de verdad. Y le di la razón. Ese histerismo tan femenino tiene siempre el origen en la insatisfacción 
por tener que conformarse con micropenes como el tuyo y poco hombres como tú. 

                                       

Y cuando por fin se vio colmado por una polla de verdad, estallé de gozo. 


Oh cariño, no te puedes ni imaginar el placer que sentí cuando me invadió esa potencia superior tan masculina, llevándome al borde del desmayo por comprender por fin mi dependencia vaginal de una hegemonía varonil tan contundente. 


Pero mi coño no dejaba de palpitar de fruición encantado de asumir el vasallaje. 




Me sometí a su asedio implacable totalmente complacida. 
El bombero hizo gala de su tesón, estamina, empuje y empeño por domeñarme enterita.
Follaba como Dios. 




Sus despóticos embates me redujeron a escombros de regocijo. 


Un tirano arrebatando a tu mujer inexorablemente. 
Como para no correrse una, joder. 


Y al final, pues eso. Volvió a mearse. 



Esta vez calmando mi coño ultrajado como si quisiera apagar un incendio tenaz.




Yo sentía su meado encharcando mi coño libidinoso y lo miraba a la cara. 
Mientras me bañaba en su orina, yo le decía: 
"¿Por qué es usted tan guapo? Así es imposible sofocar mi calentura"




Así que le imploraba que siguiera follándome. 


Y él continuaba con el gozoso hostigamiento. 


Y mi coño pedía más polla. 


Y más polla me daba. 




Estaba a punto de una lipotimia vaginal. 


Estaba completamente rendida de gusto. 


Me la sacaba un momento y mi coño empezaba a llorar como un bebé al que le quitan el chupete. 


El bombero se reía de mí, cariño. 
Me decía que no había visto a jamás a una zorra más puta y más cachonda que yo. 
Me sentí halagada, no te voy a mentir. 

         

Y me la volvía a meter hasta el alma. 
Ay. 


Un poco más. Por humanidad. 


Ay, sí, gracias, gracias, gracias.


No te puedes hacer una idea de las oleadas de orgasmos convulsos que tuve. 

Me babeaba el coño de alegría. 


Me venía una y otra vez sin parar. 


Era un eterno acabar. 


Un deleite sin solución de continuidad. 


Una profusión de corridas interminables, amor. 



Y entre orgasmo y orgasmo, su manguera baldeándome el vicio de encima.







Estuve a puntito del prolapso pélvico.



Y el bombero hizo todo lo posible por evitarlo. 

Es para que le dieras personalmente las gracias, vaya. 



Era tan guapo. 


Y entonces ocurrió lo inevitable. 
Mi ano, al ver la atención tan virulenta que recibió mi vagina, comenzó a ponerse muy nervioso.


Tuve que pedírselo varias veces. Por favor, incluso. El bombero decía que era una puta demasiado barata como para que me mereciera tener su polla en mi culo. Pero se lo imploré y al final fue misericordioso conmigo y me la metió por el ano. 



Te juro que el recto se me autolubricaba en contra de lo que diga la ciencia. 


Notaba su polla alcanzándome el fondo de saco desde un ángulo inédito y casi iba a perder la cabeza por el gustazo. 


Ese hombre me folló tan, tan bien mis paredes rectales que mis receptores de estiramiento del sistema nervioso vegetativo se corrieron hasta tal punto que me hice pipí encima. 
Un show, vamos.   


Tú no podrás jamás hacer sentir todo eso a una mujer. 
Está fuera de tu alcance completamente. 


Ni eres lo suficientemente hombre como para marcar el territorio con una buena y necesaria meada.




Eso es un trabajo para profesionales del tema. 


Hombres que saben lo que hacer con putas como yo. 




Ellos saben lo que necesito. Y me lo dan. 


Una buena manguera y un carácter resolutivo lo es todo en un hombre. 



Luego debo confesarte que se unieron a mi rescate varios bomberos más. 

Debes comprender que mi fuego pudo haber tenido consecuencia devastadoras.




Era una pasión que se retroalimentaba y se expandía por cada poro de mi piel. 



Ellos seguían intentando atacar mi cachondez desde distintos flancos. 


Se iban turnando con un brío encomiable. 

Siempre había uno follándome por detrás y otro meándome en la boca. 

Todos eran muy atléticos y guapísimos, y estaban entregados a la causa.



Eran hombres perseverantes, firmes y tenaces en su empeño por dejarme bien jodida. 


Y eran muy hombres. 
Me lo demostraron de todas las formas posibles. 




No te puedo decir cuántos fueron, pero todos y cada uno de ellos fueron auténticos profesionales. 

Unos héroes, vaya. 



Algunos de ellos decían que yo era tan puta que era insuficiente con empaparme en meados...


...y probaron con semen para calmar mi ansiedad. 


Otros, sin embargo, continuaron con la estrategía de mearme enterita. 




Al final tuvieron que tomar medidas drásticas. 




Uno a uno fueron eyaculando sobre mí. 





Sus enormes pollas descargan la leche de sus cojones sobre la cara de tu amada esposa. 


Me sentía rociada de atenciones por todos esos varones. 



Todos tan sexy, tan musculados, tan hombretones, mmm.





Bueno, cariño. Así ha sido mi mañana mientras estaban en el trabajo. 

Espero que no hayas tenido mucho lío en la ofi. 


Por cierto, ya te puedes imaginar cómo han dejado esos hombres nuestra cama de matrimonio. 


¿No te importa poner unas cuantas lavadores mientras yo me tomo un baño relajante?



Estoy agotada. 

Sé que lo comprenderás. 




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